cuando-el-partido-se-convierte-en-su-propio-enemigo

Cuando el partido se convierte en su propio enemigo

La célebre reflexión de Ayn Rand sobre las señales de una sociedad condenada encuentra un espejo sorprendentemente fiel en la estructura interna de muchos partidos políticos modernos. Aunque Rand hablaba de decadencia social, sus palabras describen con exactitud quirúrgica los procesos mediante los cuales un partido, sin importar su ideología, comienza a erosionarse desde dentro hasta perder su credibilidad, su esencia y, finalmente, su futuro.

La política no se destruye desde afuera: casi siempre se descompone en silencio, desde las entrañas del mismo organismo que promete renovación.

Cuando producen los que no mandan y mandan los que no producen

Rand advierte que una sociedad está en peligro cuando “para poder producir es necesario obtener autorización de quienes no producen”. Trasladado a la vida interna de un partido, esto ocurre cuando la burocracia, y no el liderazgo real, se adueña del proceso político.

Son aquellos que no caminan barrios, no construyen bases y no ganan voluntades los que terminan definiendo candidaturas, direcciones, decisiones y líneas estratégicas. La estructura deja de ser un instrumento para servir al pueblo y se convierte en un filtro que sofoca a quienes sí trabajan en el territorio. Es el triunfo del escritorio sobre la calle.

El tráfico de influencias sustituye la construcción de ideas

Otro síntoma de deterioro ocurre cuando “el dinero fluye hacia quienes trafican no en bienes, sino en favores”. En el terreno partidario, esta frase revela la aparición del intermediario político que, sin tener estructura real ni trayectoria verificable, acumula poder basado en contactos, cercanías o acuerdos en la sombra.

Se crea un mercado interno donde valen más las influencias que las propuestas, más los guiños que los programas, más los favores personales que el mérito comprobado. Es la muerte lenta de la meritocracia política.

Ascensos sin méritos: el cáncer silencioso

Cuando el trabajo honesto deja de ser el camino natural para ascender, el partido entra en una etapa de degeneración. Dirigentes sin hoja de servicio política clara terminan ocupando posiciones estratégicas mientras cuadros disciplinados, estudiosos y comprometidos quedan relegados a un segundo plano.

Nada desmoraliza más a la militancia que ver a los improvisados avanzar y a los dedicados estancarse.

Toda organización necesita normas, pero estas pierden su función cuando se aplican selectivamente. A veces, los reglamentos se convierten en instrumentos para castigar voces críticas en lugar de garantizar la convivencia interna.

Cuando la ley deja de proteger a todos por igual, el partido abandona la democracia interna y adopta un sistema de privilegios. Desde ese momento, la caída deja de ser un riesgo y se convierte en un destino.

La señal más trágica de la degeneración ocurre cuando el militante honesto, disciplinado y ético se siente aislado dentro de su propia organización. Cuando la integridad se convierte en un obstáculo en vez de una virtud, el partido está en la antesala del colapso moral.

En ese ambiente, florece la cultura del oportunismo, y quien adula prospera, quien reflexiona incomoda, quien piensa estorba y el partido ya no crece: simplemente se infla de lealtades temporales y silencios obligados.

La reflexión de Ayn Rand es, en esencia, un llamado de alerta. Un partido político que reproduce esos patrones no solo pierde elecciones: pierde sentido histórico, pierde conexión con la ciudadanía y pierde la capacidad de ser instrumento de transformación social.

La verdadera renovación no ocurre con discursos, ocurre con estructuras sanas, reglas claras, liderazgo honesto y espacios reales para la participación de las bases.

Cuando un partido se convierte en su propio enemigo, la sociedad no tarda en darse cuenta.

Comenta

Noticias Relacionadas

Compartir

Facebook
LinkedIn
Email
WhatsApp
Twitter

Nuestra programación

Scroll to Top