Todo el mundo aprecia y valora el nivel de intensidad con el que se juega la pelota invernal dominicana y la forma en que la fanaticada disfruta de su pasión nacional… pero hasta en la pelota deberían de existir algunos límites y alguien debería considerar ponerlos.
Obviamente, no será un trabajo sencillo pues tiene mucho que ver con educación, algo que hace mucha falta en el país y la definición de la propia palabra “fanático” lo dice todo: “Que defiende una creencia o una opinión con pasión exagerada y sin respetar las creencias y opiniones de los demás”.
¿Pero hasta dónde es válida esa pasión exagerada?
Hace unos años, Moisés Alou me comentó que dejaba de trabajar en la pelota invernal dominicana porque estaba cansado del irrespeto de algunos seguidores del béisbol.
Hace unos días, el gerente general de las Águilas Cibaeñas, Ángel Ovalles, me contó una historia de algo que sucedió el año pasado luego de una derrota de su equipo ante los Tigres del Licey, en el Estadio Quisqueya Juan Marichal.
Decía Ovalles que dos fanáticos aguiluchos lo agredieron verbalmente frente a su familia y que las cosas no llegaron a mayores por la intervención de un empleado de las Águilas.
Los cuentos se repiten con cada una de las franquicias de la pelota local. Es la misma historia, con diferentes protagonistas.
Si usted es amante del juego, si realmente aprecia a su equipo, trate de moderar su comportamiento. Se supone que no somos salvajes. Y si nos vamos a lo que sucede en las redes sociales… mejor ni hablar. Mucha gente como Moisés se ha alejado de la pelota por eso, ojalá otros no lo imiten.