Estaba repasando la pintura de los pies de la Virgen de Fátima, cuando el carpintero de la catedral escuchó al final del pasillo unos gritos de alegría: “¡Nuestro obispo es el nuevo Papa!“. A otra vecina, la noticia le agarró unos segundos antes de tiempo. Todavía estaba sentando a su madre en la silla de ruedas delante del televisor y, de sopetón, las dos escucharon entre lágrimas el nombre de Robert Prevost desde el Vaticano. La hermana Shona, una misionera franciscana de Texas, decidió vivir la designación papal en la calle, sin televisión ni redes sociales. Salió de casa rumbo a la catedral y cuando empezaron a repicar las campanas supo que había ganando su paisano, misionero y estadounidense como ella. “Es como una profecía”, dice apretando con la mano derecha el crucifijo de madera que tiene colgado al cuello.