Leila Slimani, la voz de los otros

Leila Slimani nació en Rabat , en 1981, veinticinco años después de la independencia de Marruecos y recién declarada la guerra del Sáhara Occidental. Es la segunda de tres hermanas. Su madre, médico de profesión, era argelina de familia alsaciana y su padre, banquero, de origen marroquí. Ninguno de los dos habló árabe en casa a sus hijas. «¿Mi primer recuerdo de Rabat?». Slimani hace una pausa. «Mi hermana menor y yo jugando. Ella riendo y yo asustada de que se enfermara. Sufría de asma, por eso mi madre se enojaba conmigo por hacerla reír». Estudió en el Liceo Francés de Rabat y a los dieciocho partió a Francia. Se diplomó en el Instituto de Estudios Políticos de París, se acercó al mundo del teatro y acabó trabajando en el semanario ‘ L’Express’ . La escritura la llevaba puesta. Era el más grueso de sus abrigos. «Tantos días grises, uno tras otro», recuerda de sus primeros inviernos parisinos. En 2014, Gallimard publicó su primera novela ‘Dans le jardin del’ogre’, aplaudida por la crítica. La segunda, ‘Canción dulce’, obtuvo el Premio Goncourt en 2016. Con una escritura elegante e incisiva abordó en esas novelas el sexo, el infanticidio y la intimidad como lugar feroz. Donde nadie quiere ver, ella encuentra. Observa a través de los otros. Entiende la vida y la escritura como una ventana hacia los demás. Envuelta en el éxito de sus primeros dos libros, Leila Slimani emprendió una saga familiar que relata tres generaciones de una familia marroquí desde la independencia hasta el presente. El primer tomo, ‘El país de los otros’, tiene su continuidad en ‘Miradnos bailar’, una novela soberbia que la autora ha presentado en España, ambas traducidas por Malika Embarek López y publicada en España por Cabaret Volatire . En un viaje rasante, dos días. Al día siguiente de s presentación, se marcha a Lisboa, la ciudad en la que vive y trabaja. Legar y heredar Todo comienza en 1947 con el matrimonio de Mathilde y Amín. Ella, una joven alsaciana, libérrima, se implanta en una sociedad en la que tendrá que luchar por su lugar; él, un marroquí que combatió en la segunda guerra mundial con los franceses y regresa a Marruecos para cultivar la tierra. Ese es, a grandes rasgos, el argumento de ‘El país de los otros’, un libro cuyos personajes (campesinos, militares, mujeres y hombres) habitan el territorio que ocupa alguien más y que tendrán que hacer suyo. ‘Miradnos bailar’, la segunda novela de la trilogía, arranca en 1956. El lector se topa con un Marruecos descolonizado, en el que prolifera una nueva burguesía europeizada en la que Amín ha conseguido cosechar dinero y poder. Los dos hijos del matrimonio, Aicha, estudiante de medicina en Francia, y Selim, un adolescente que se niega a continuar la senda de su padre, simbolizan lo complejo que es heredar una tradición, un país. El resultado es un fresco familiar donde lo íntimo y lo político se entrelazan a la manera de las grandes novelas del siglo XIX. —Toda historia familiar es política. ¿Cómo y cuándo decidió contarla? —No era me sentía fuerte como autora para construir un libro con tanta documentación, contexto histórico, personajes e historias simultáneas en el tiempo. Mi editor me dijo: ‘Ten paciencia, espera. Va a pasar. Confía en ti misma’. —¿Cuál fue el detonante? —Recordé a mi abuela y la forma en que solía contar historias cuando yo era niña. Hasta entonces, pensaba que se trataba de historias de familia. Pero era mucho más que eso. Eran historias políticas, sobre ser mujer, sobre nuestra identidad. Cuando entendí eso, comencé a escribir. —¿Quién narra esta historia? —Se descubrirá en la tercera parte. Cualquiera que ame las sagas familiares siempre se hace esta pregunta. ¿Quién está contando la historia? —Slimani hace una pausa—. Soy yo. Los otros Quienes vivieron la independencia, apenas pueden hablar de ella. Los que habitaron el Marruecos descolonizado lo hicieron en medio de la confusión. Sólo aquellos que la vieron asentarse pueden explicar lo ocurrido. «La generación de mis abuelos estaba marcada por la ira y la violencia, demasiada humillación. La generación de mis padres, que es la de Aicha y Mehdi, estaba colonizada por Francia y fueron incapaces de transmitir su propia cultura a sus hijos. Mi padre no podía hablar árabe. Mi madre, tampoco. Tal vez mi generación sea la primera que puede hablar de eso sin ira, sin amargura, sin deseo de venganza». Noticia Relacionada estandar Si La guerra que transformó a Céline en un ángel perdido Juan Pedro Quiñonero Anagrama recupera la novela del autor francés sobre su experiencia en la Primera Guerra Mundial Noticia Relacionada estandar No España y Francia no modificarán la obra de Roald Dahl C. F. G. Tras la polémica generada en Reino Unido, las editoriales Alfaguara y Santillana, y la gala Gallimard afirman que seguirán publicando los títulos originales del autor de ‘Matilda’ o ‘Charlie y la fábrica de chocolate’ Noticias Relacionadas «Creo que algunas personas te miran y dicen: ‘Oh, eres franco-marroquí, eso es genial, tienes dos culturas’. Y a veces ese tipo de personas son tan racistas como quien muestra rechazo porque piensan que tienes algo diferente. No soy diferente, sólo soy una persona. Y en realidad, todos, en cierto modo, somos producto de un mestizaje. Usamos el idioma francés. Es nuestro lenguaje. El francés ya no pertenece a los franceses. También es una lengua marroquí. Es un idioma nacional. Es un idioma argelino. Es mi idioma. Y cuando la gente dice ‘Oh, Dios mío, hablas un idioma colonial’. No. Es algo que ellos dejaron y yo tomé». —¿Se exige o se espera de usted exotismo? —Puede llegar a ser deprimente. Imagina que eres un escritor español y viajas y la gente solo te pregunta el flamenco y las tapas. Sólo me preguntan sobre velo, el islam, los hombres marroquíes y bla, bla, bla. Los del mundo colonial conocemos mucho más al colonizador que el colonizador a nosotros. Por eso también quería escribir este libro. ¿Por qué siempre soy yo quien tiene que hacer el esfuerzo de conocer a los demás y ellos no hacen el esfuerzo de conocerme? —¿El escritor está obligado a tener una opinión política? —Un autor no está obligado a nada. Es una persona libre. Lo único que tiene que hacer es escribir. Puede decidir vivir lejos y no hablar con nadie, como puede meterse en política, manifestarse en la calle o callar. No hay una regla y quién soy yo para decir lo que tiene que hacer un autor. —¿No pertenecer a ningún lugar es una forma de cobardía? —Tal vez. Pero, ¿qué es ser valiente? ¿Ser marroquí o francés es ser valiente? No sé. Soy valiente a mi manera. Creo que levantarme cada mañana para dedicarme a lo que decidí que sería mi vida, es una especie de valentía. Quizá en los medios o en la calle no lo parezca, pero ante mi escritorio soy muy valiente».

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