Si las lectoras solitarias que retrataba Edward Hopper cobraran vida hoy, dejarían de estar solas. Tan pronto leyeran la última línea, se levantarían del asiento del tren, de la cama o del sillón y buscarían el club más cercano para comentar lo que acaban de leer. Nunca antes la lectura ha sido tan colectiva como ahora. Estos espacios proliferan como las setas en las redes sociales, las librerías y los grupos de amigas. Las mujeres llevan la delantera en este terreno y las editoriales miran atentamente sus pasos, conscientes de la importancia que han adquirido en los últimos años. Intentan establecer vínculos y recomendar sus libros. De ello puede depender que su último fichaje se convierta en la lectura indispensable de la temporada. Pero el éxito es un misterio y estas pequeñas y no tan pequeñas comunidades se mantienen a una distancia prudente e independiente.