Variedad y expresividad

Y llegamos a la penúltima etapa de esta ruta que hemos recorrido junto a las fórmulas de tratamiento don y doña. Hemos hablado de su historia y de cómo ha cambiado su sentido, o no tanto, con el paso del tiempo. Hemos hablado de su uso antepuesto al nombre de pila y de su ortografía cuando las escribimos tal cual y cuando las escribimos abreviadas. Hoy nos detenemos en algunos casos particulares que estoy segura de que van a disfrutar.

En el español dominicano se mantiene su uso cotidiano no como forma de tratamiento, sino como sustantivo. Así nos referimos a alguien como el don o la doña, sin acompañarlo de otro nombre, para aludir a una persona, generalmente de cierta edad: El don no viene hoy; La doña llamó esta mañana; Ayúdeme con eso, mi don; Mi doña, no se apure. De ahí que estos apelativos suelan levantar ciertas «ampollas» entre aquellos a los que el paso de los años no les sienta nada bien (¡como si existiera alguna alternativa deseable!).

En un tono coloquial también usamos don y doña de manera irónica. Si llamamos a alguien don perfecto, ponemos el acento con ironía en esa cualidad para referirnos a una persona que creemos que la tiene o que cree que la tiene en grado sumo. Así siempre tenemos cerca a una doña tacaña, a un don sabichoso, a un don periquitoso o a una doña correcta. También podemos hacerlo anteponiendo el don o el doña a un sustantivo, generalmente en plural, y aparecerán así la doña sofocos, el don prisas, la doña melindres o el don regaños.

La variedad y la expresividad también tienen cabida en la lengua. Le aportan riqueza y vitalidad, y eso nunca sienta mal.

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