De buenos hablantes

El apóstrofo, que no apóstrofe, es un signo ortográfico auxiliar cuya forma y funciones están definidas por la Ortografía de la lengua española. El apóstrofo es una coma alta (’) y así tenemos que escribirlo; nada de tilde ni de comilla simple. Pero ¿para qué sirve el apóstrofo? No vale esparcirlo de diestra a siniestra cada vez que se nos ocurra. Hace tiempo que lo vemos en eslóganes políticos, anuncios publicitarios, titulares de prensa e, incluso, en títulos de canciones y novelas.

Antes de usar un apóstrofo tenemos que tener bien claro en qué contextos es correcto. La función de este signo es marcar en la escritura que se han suprimido algunos sonidos en dos palabras que pronunciamos contiguas en la lengua oral; se trata de reproducir por escrito algo que hacemos muy habitualmente cuando hablamos: Vivo cerca’e su casa. ¿Qué t’han dicho? Voy pa’llá. Vemos habitualmente este procedimiento en los textos literarios cuando el escritor quiere retratar la forma de hablar de algún personaje popular o el registro coloquial.

Sin embargo, cuando nos «comemos» alguna parte de la palabra, independientemente del lugar en el que la pronunciemos, el apóstrofo es innecesario. Para reproducir el habla coloquial o popular basta con no escribir las partes que no se pronuncian; por ejemplo,  muelú por mueludo; pa por para; ta claro por está claro.

El apóstrofo, como hemos aprendido hoy, tiene sus reglas y está restringido a usos concretos en unos registros concretos. La lengua oral es una cosa; la lengua escrita es otra. Puede parecer una perogrullada, pero, créanme, no lo es. Cada una tiene sus normas, sus contextos y sus momentos. De buenos hablantes, y escribientes, es saber apreciarlos.

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